He tardado bastante en escribir este post, he decidido animarme a escribirlo después de ver a una compañera bloguera en Instagram subir una foto de su cicatriz post cesárea, animándonos a las demás a subirla. Me he sentido identificada y a la vez contrariada con los muchos comentarios que han surgido al pie de la foto y me he decidido a terminar de contar mi historia....
Acabé el post del parto 2º parte diciendo que decidieron que lo mejor para las dos era practicarme una cesárea y que entonces a mí se me vino el mundo encima.
Después de los tactos sin apenas resultados yo ya me iba oliendo en que iba a acabar la cosa, se lo venía diciendo a mi chico unas horas antes de que tomaran la decisión, pero ni olerme con anterioridad en lo que iba acabar aquello, ni conociendo al dedillo la cirugía porque en mi trabajo como enfermera he colaborado en varias cesáreas, hizo que cuando me dijeron que creían que había llegado el momento de sacar a la pequeña practicandome una cesárea, yo me viniera abajo.
En cuestión de minutos comenzó a haber mucho movimiento en mi habitación, anestesistas, residentes, la matrona, auxiliares... yo ya se cómo funciona aquello, así que ni me sorprendí ni me molesté.
La anestesista, muy amable( de echo es la persona de la que mejor recuerdo tengo), entró en la habitación para explicarme que me iban a poner la epidural, como me la iban a poner, que iba a sentir, y como iba a ser el procedimiento para ponérmela. Realmente no se ni siquiera si la oí, mi mente no paraba de pensar en las sensaciones que me iba a perder por culpa de la cesárea, que todo mi esfuerzo estos meses y la alegría y la actitud positiva con la que había entrado en el hospital para afrontar el parto se iban al traste por momentos. Si, llamarme dramática pero lo sentí así.
Según iba explicándomelo a mí se me saltaban los lagrimones, si hubiera sido yo la que como en muchas ocasiones hubiera estado al otro lado, trabajando, no la hubiera dado bola, seguramente me hubiese parecido una tontería que la mama se pusiese así por no poder tener un parto vaginal, si tu bebé empezaba a no estar tan "agustito" dentro de ti y todos queremos lo mejor para el bebe, tu la primera, no hay motivo para llorar ¿no?. Pero esta vez estaba yo al otro lado, por primera vez como paciente, y no era la cirugía lo que me preocupaba, no sentía miedo, solo sentía pena, pena y decepción por no poder a ver sido capaz de dar a luz, de no sentir en mis entrañas a mi pequeña.
Desde luego la cesárea no estaba entre mis planes, llevaba meses imaginándome y preparándome para el parto, para el parto vaginal claro, en las clases con la matrona te hablan de los ejercicios de kejel, de masaje perianal, de cómo realizar correctamente las respiraciones cuando viniesen las contracciones , de la importancia de la actitud ante el parto, de la recuperación de la mamá después de este, de los cuidados de la epitomaría en caso de que te la practicasen, de los cuidados del bebe, de cómo afrontar los primeros días con el bebé en casa... de muchas cosas, pero no de la cesárea. De hecho creo que ni tan siquiera oí que la mencionaran.
La anestesista muy amable me cogió la mano y me dijo que respirara,que todo iba a ir bien y que en cuanto viera la cara de mi niña se me iba a olvidar todo aquello ( y que razón tenía...).
Pedí que me dejaran 5 minutos para tranquilizarme, porque ese nudo que se me hizo en la garganta, el mismo que se me hace ahora cuando recuerdo todo esto, no me dejaba pensar, centrarme, y asumir las circunstancias como una persona adulta.
Respetuosamente me dejaron con mi chico unos minutos, después una vez se me había pasado el sofocón, vinieron dos estudiantes de anestesia a ponerme la epidural. Todo machó bien, la pincharon a la primera, sin dolor, y efectiva desde el momento uno, la intensidad de las contracciones disminuyeron al momento.
En cuestión de minutos vino la celadora, nos marchábamos a quirófano y dejábamos a papá en la sala de dilatación, esperando despedirse de una y encontrarse con dos la próxima vez que nos viéramos. Su cara era todo un poema, vi en su rostro el dolor por verme a mi así, triste, y por ver cómo me llevaban lloriqueando por el pasillo mientras él se quedaba allí sin poder hacer nada.
Desde luego creo que deberíamos dedicarles unos cuantos posts a ellos también, sufren tanto como nosotras, de diferente manera sí, pero parece que nadie les tiene en cuenta.
Entré en quirófano, y sorprendentemente aquí fue donde terminé de tranquilizarme, me sentí como en casa, todo me era familiar, solo que esta vez era yo la que estaba en la mesa y estaba de espectadora, viendo como trabajaban a mi alrededor, absorbiendo sensaciones que luego creo que me han servido para mejorar mi empatía con los pacientes en el trabajo.
La anestesista reforzó la anestesia epidural comprobando mi sensibilidad en el abdomen poniéndome una pinza de hierro fría encima, me sondaron, y comenzaron a operar. Me entro la tiritera ( provocada por la medicación) y la anestesista se sentó a mi lado para darme la mano, un pequeño detalle pero muy muy tranquilizador, no era la mano de mi chico que realmente era la que necesitaba en aquel momento pero me hizo sentirme acompañada.
No notaba nada, era una sensación espectacular, estar despierta y no notar medio cuerpo. Fue cuestión de 10 minutos, me dijeron que iba a notar una presión importante en el abdomen, que me podía doler un poco, presionaron el fondo del útero con una maniobra similar a la de kristeller ( no es la misma situación ni las mismas circunstancias que realizarla en un parto vaginal, es necesaria para que la cabeza del bebé logre salir por la incisión, ya que el útero no se contrae por sí mismo en las cesáreas, de manera que hay que " empujar" un poco al bebe para que logre coronar). Aguanté la presión y segundos después oí a cachorrito llorar y morí de amor!!!!
Se la llevaron sin que yo la perdiera de vista a una mesa que quedaba a mi izquierda, la echaron un vistazo rápido a la vez que dejaban entrar al papá e inmediatamente me la pusieron encima, aún se me ponen los pelos de punta!. El momentazo se vio un poco truncado por la coletilla que añadió la matrona según nos dio a cachorrito; tenía una malformación vascular pequeña que parecía insignificante pero que habría que estudiar, yo la mire y no veía nada, solo la veía preciosa!, lo importante era que ya estaba con nosotros, después tendríamos tiempo de examinarla.
Ariadna había llegado mundo, rompí a llorar por tercera vez en menos de una hora, pero esta vez de felicidad, de felicidad plena!. Solo espero que este recuerdo perdure en mi memoria en perfecto estado el resto de mi vida. Creía haber vivido momentos de felicidad extrema pero desde luego no tenía ni idea de lo que hablaba, nada puede compararse con ese momento, único y mágico donde ves por primera vez a tu hijo, donde sientes esa piel húmeda y viscosilla que nada más lejos de producir rechazo produce amor. Un amor tan grande que llega a doler.
Después de los tactos sin apenas resultados yo ya me iba oliendo en que iba a acabar la cosa, se lo venía diciendo a mi chico unas horas antes de que tomaran la decisión, pero ni olerme con anterioridad en lo que iba acabar aquello, ni conociendo al dedillo la cirugía porque en mi trabajo como enfermera he colaborado en varias cesáreas, hizo que cuando me dijeron que creían que había llegado el momento de sacar a la pequeña practicandome una cesárea, yo me viniera abajo.
En cuestión de minutos comenzó a haber mucho movimiento en mi habitación, anestesistas, residentes, la matrona, auxiliares... yo ya se cómo funciona aquello, así que ni me sorprendí ni me molesté.
La anestesista, muy amable( de echo es la persona de la que mejor recuerdo tengo), entró en la habitación para explicarme que me iban a poner la epidural, como me la iban a poner, que iba a sentir, y como iba a ser el procedimiento para ponérmela. Realmente no se ni siquiera si la oí, mi mente no paraba de pensar en las sensaciones que me iba a perder por culpa de la cesárea, que todo mi esfuerzo estos meses y la alegría y la actitud positiva con la que había entrado en el hospital para afrontar el parto se iban al traste por momentos. Si, llamarme dramática pero lo sentí así.
Según iba explicándomelo a mí se me saltaban los lagrimones, si hubiera sido yo la que como en muchas ocasiones hubiera estado al otro lado, trabajando, no la hubiera dado bola, seguramente me hubiese parecido una tontería que la mama se pusiese así por no poder tener un parto vaginal, si tu bebé empezaba a no estar tan "agustito" dentro de ti y todos queremos lo mejor para el bebe, tu la primera, no hay motivo para llorar ¿no?. Pero esta vez estaba yo al otro lado, por primera vez como paciente, y no era la cirugía lo que me preocupaba, no sentía miedo, solo sentía pena, pena y decepción por no poder a ver sido capaz de dar a luz, de no sentir en mis entrañas a mi pequeña.
Desde luego la cesárea no estaba entre mis planes, llevaba meses imaginándome y preparándome para el parto, para el parto vaginal claro, en las clases con la matrona te hablan de los ejercicios de kejel, de masaje perianal, de cómo realizar correctamente las respiraciones cuando viniesen las contracciones , de la importancia de la actitud ante el parto, de la recuperación de la mamá después de este, de los cuidados de la epitomaría en caso de que te la practicasen, de los cuidados del bebe, de cómo afrontar los primeros días con el bebé en casa... de muchas cosas, pero no de la cesárea. De hecho creo que ni tan siquiera oí que la mencionaran.
La anestesista muy amable me cogió la mano y me dijo que respirara,que todo iba a ir bien y que en cuanto viera la cara de mi niña se me iba a olvidar todo aquello ( y que razón tenía...).
Pedí que me dejaran 5 minutos para tranquilizarme, porque ese nudo que se me hizo en la garganta, el mismo que se me hace ahora cuando recuerdo todo esto, no me dejaba pensar, centrarme, y asumir las circunstancias como una persona adulta.
Respetuosamente me dejaron con mi chico unos minutos, después una vez se me había pasado el sofocón, vinieron dos estudiantes de anestesia a ponerme la epidural. Todo machó bien, la pincharon a la primera, sin dolor, y efectiva desde el momento uno, la intensidad de las contracciones disminuyeron al momento.
En cuestión de minutos vino la celadora, nos marchábamos a quirófano y dejábamos a papá en la sala de dilatación, esperando despedirse de una y encontrarse con dos la próxima vez que nos viéramos. Su cara era todo un poema, vi en su rostro el dolor por verme a mi así, triste, y por ver cómo me llevaban lloriqueando por el pasillo mientras él se quedaba allí sin poder hacer nada.
Desde luego creo que deberíamos dedicarles unos cuantos posts a ellos también, sufren tanto como nosotras, de diferente manera sí, pero parece que nadie les tiene en cuenta.
Entré en quirófano, y sorprendentemente aquí fue donde terminé de tranquilizarme, me sentí como en casa, todo me era familiar, solo que esta vez era yo la que estaba en la mesa y estaba de espectadora, viendo como trabajaban a mi alrededor, absorbiendo sensaciones que luego creo que me han servido para mejorar mi empatía con los pacientes en el trabajo.
La anestesista reforzó la anestesia epidural comprobando mi sensibilidad en el abdomen poniéndome una pinza de hierro fría encima, me sondaron, y comenzaron a operar. Me entro la tiritera ( provocada por la medicación) y la anestesista se sentó a mi lado para darme la mano, un pequeño detalle pero muy muy tranquilizador, no era la mano de mi chico que realmente era la que necesitaba en aquel momento pero me hizo sentirme acompañada.
No notaba nada, era una sensación espectacular, estar despierta y no notar medio cuerpo. Fue cuestión de 10 minutos, me dijeron que iba a notar una presión importante en el abdomen, que me podía doler un poco, presionaron el fondo del útero con una maniobra similar a la de kristeller ( no es la misma situación ni las mismas circunstancias que realizarla en un parto vaginal, es necesaria para que la cabeza del bebé logre salir por la incisión, ya que el útero no se contrae por sí mismo en las cesáreas, de manera que hay que " empujar" un poco al bebe para que logre coronar). Aguanté la presión y segundos después oí a cachorrito llorar y morí de amor!!!!
Se la llevaron sin que yo la perdiera de vista a una mesa que quedaba a mi izquierda, la echaron un vistazo rápido a la vez que dejaban entrar al papá e inmediatamente me la pusieron encima, aún se me ponen los pelos de punta!. El momentazo se vio un poco truncado por la coletilla que añadió la matrona según nos dio a cachorrito; tenía una malformación vascular pequeña que parecía insignificante pero que habría que estudiar, yo la mire y no veía nada, solo la veía preciosa!, lo importante era que ya estaba con nosotros, después tendríamos tiempo de examinarla.
Ariadna había llegado mundo, rompí a llorar por tercera vez en menos de una hora, pero esta vez de felicidad, de felicidad plena!. Solo espero que este recuerdo perdure en mi memoria en perfecto estado el resto de mi vida. Creía haber vivido momentos de felicidad extrema pero desde luego no tenía ni idea de lo que hablaba, nada puede compararse con ese momento, único y mágico donde ves por primera vez a tu hijo, donde sientes esa piel húmeda y viscosilla que nada más lejos de producir rechazo produce amor. Un amor tan grande que llega a doler.
Que bonito,,,
ResponderEliminarQué bonito y qué recuerdos me trae a mí este post... :)
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